La comparación de cualquier enfermedad contagiosa a gran escala, pasada o futura, con la covid será inevitable. La tuberculosis es una de ellas. Hasta que la biología y su zoonosis nos obsequiara con esta pandemia mundial, que preñó el planeta de mascarillas y saturó los hospitales, la tuberculosis era la enfermedad infecciosa más mortal del planeta.
Como la sarna, que también registra un pico de contagios en Catalunya, la tuberculosis resuena en el imaginario colectivo como una enfermedad extinta de la que nos separan siglos de progreso científico, y sin embargo sigue viva, aunque tan solo enferme a un 10 por ciento de los sujetos expuestos al bacilo causante de la enfermedad. Pero esto no siempre fue así.
Se calcula que el bacilo de Koch lleva infectando a los seres humanos desde hace alrededor de 70.000 años. La pandemia más antigua de la hmanidad. El 18 de julio de 1921 se administraba a un niño parisino la primera dosis de la vacuna contra la tuberculosis, que se convertiría en la más aplicada de la historia. Pero antes, sin vacuna ni tratamiento posible, la tuberculosis, conocida también como la peste blanca, solo se había visto superada en mortalidad por la peste bubónica de 1855.
Foto: @manu_pineda
La autoridades sanitarias de finales del siglo XIX y principios del XX decidieron entonces recluir a los enfermos en grandes sanatorios, alejados de la ciudad, donde pudieran alejarse de los ambientes malsanos de la urbe, evitando además el contagio. Testimonio de aquellos tiempos son los restos del sanatorio de tuberculosos de Can Rectoret, en el barrio de Vallvidrera (distrito de Sarrià-Sant Gervasi). No muy lejos por cierto de otro gran proyecto a medio derruir: el Casino de la Rabassada.
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El sanatorio que nunca fue
El proyecto iba a ser magnánimo. Su diseño se encomendó al arquitecto Joan Rubió i Bellver, discípulo de Antoni Gaudí y responsable de obras como la Casa Golferichs y la Escola Industrial. Se levantaron algunos muros, se allanaron caminos entre los pinos de la Sierra de Collserola. El pico del Tibidabo señalaba el camino hacia el mar. Pero las obras nunca se acabaron y de aquello solo queda la intención, los planos y este edificio modernista de ocho torres cilíndricas concebido como lavandería.
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Sobre las obras de este edificio escribía el diario La Vanguardia lo siguiente el 7 de mayo de 1904: «Adelantan con actividad las obras que efectúa la Sociedad Anónima Sanatorio del Tibidabo. En la próxima semana quedará totalmente terminado un edificio de doscientos metros cuadrados de superficie por diez y seis de altura, destinado exclusivamente á mecánicos, en el que se instalarán las máquinas para la calefacción y desinfección y demás necesarios para los servicios del Sanatorio».
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La asepsia con la que fueron pensados sus 250 metros cuadrados brilla hoy por su ausencia. Ni sus accesos trancados ni sus ventanas tapiadas hasta el segundo piso han evitado que algunos se colaran en su interior haciendo de aquello un basurero; modernista, pero basurero. Las formas cónicas de sus tejados, cubiertas de trencadís, el clásico mosaico modernista, se muestran hoy desconchadas por el tiempo y la falta de cuidados a pesar de que el edificio aparece en el listado de fincas protegidas de Urbanismo del Ayuntamiento, donde se señala la necesidad de protegerla físicamente contra la degradación y reponer los elementos desaparecidos.
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La enfermedad infecciosa más antigua de la historia sigue viva
También la epidemia que más hemos arrastrado. Concretamente desde el Paleolítico. Hoy las cosas han mejorado, pero la tuberculosis está lejos de haber desaparecido. Se calcula que una cuarta parte de la población está infectada sin saberlo y cada año se registran en todo el mundo 10 millones de casos. Si estrechamos el marco, en Catalunya cada año se detectan unos mil. Y la irrupción de la covid hizo que su competidora más directa, la tuberculosis, pasara desapercibida para riesgo de todos.
«En estos dos años, el coronavirus se ha comido gran parte de los recursos sanitarios y eso ha impactado también en la tuberculosis. La OMS calcula que se han detectado un 18% menos de casos durante el 2020. Y, si no la detectas, la enfermedad evoluciona y sigue contagiando», explicaba a El Periódico el epidemiólogo de la Agència de Salut Pública de Barcelona (Aspb) Joan Pau Millet, a su vez co-director médico de Serveis Clínics, el único centro de internamiento de tuberculosis de España y el de referencia de toda Catalunya.
«En una ciudad como Barcelona cuesta pensar en ella ante una tos, por ejemplo. Que todo el sistema sanitario se haya centrado en covid ha hecho que esta enfermedad mas inespecífica quede desatendida», explicaba al citado periódico la jefa del Servicio de Epidemiología de la Aspb, Cristina Rius.
Como con la covid, la tuberculosis también requiere de un seguimiento de casos para evitar la infección de nuevos pacientes sanos, pero este seguimiento no ha podido efectuarse como debiera por la cantidad de efectivos que han tenido que ser destinados al control de la pandemia coronavírica. Por el momento solo se cuentan con los datos provisionales lanzados a finales del año pasado en un congreso científico de la Unidad de Investigación de Tuberculosis de Barcelona. Según estas cifras, en 2020 se registraron 14,7 casos por 100.000 habitantes —esto es, 242 infectados—, un 18 por ciento menos que en 2019.
Los expertos alertan sin embargo de que estas cifras no hablan de un desvanecimiento real de la enfermedad sino de una incapacidad operativa a la hora de diagnosticarla propiciado por la suspensión de los programas de vigilancia actica a los que condujo la crisis saniaria.
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